Cuando Tinho Banda, de siete años, vio que los rebeldes de Renamo (Resistencia Nacional Mozambiqueña) volvían a su pueblo, no tuvo mucho miedo...

No obstante el dia anterior habían matado a hachazos a su madre y al bebé que llevaba a la espalda.
Se escondió tranquilamente debajo de un mueble, colocó delante de él un cojín, y se concentró pacientemente en no moverse y en no respirar apenas...

Una vez que los asesinos se hubieron marchado, Tinho se dirigió a pie a una zona cercana a Petauke, en un campamento situado al este de Zambia.

Contó sencillamente cómo había logrado escapar de la masacre y en dos ocasiones, una detrás de otra, oyó explicar a un adulto: "Menos mal que no estornudó, le habrían masacrado"...

Esta frase, pronunciada por encima de él, entre adultos, significaba en la mente de Tinho que su vida o su muerte dependieron de un comportamiento que habría podido escapar a su control...

Esta pasividad le disgustaba sin que supiera por qué...

Cuando rememoraba la escena en la que estaba escondido y la asociaba con la frase de los adultos, experimentaba una especie de irritación.

Lo que le angustiaba era la frase que indicaba un destino de persona sometida: "¡Una fuerza puede imponerse a mí y obligarme a expresar algo que me condene!"

El simple hecho de considerar su porvenir a la luz de esta amenaza agazapada en el fondo de sí mismo le inquietaba mucho...

Un día en el que se aburría en el campo, lo que era frecuente, cogió una hierba seca y la introdujo en su nariz para provocarse el estornudo.

Los adultos tenían razón: el hecho de no ser dueño del propio cuerpo podía amenazar su vida.

Entonces se entrenó...

Despúes de algunas tentativas, consiguió meterse hierbas en la nariz, sangrar un poco, llorar mucho, pero no estornudar en absoluto...

Los adultos pensaban que Tinho estaba trastornado, pero, después de lo que había vivido, se lo perdonaban...

Tinho le permitía decirse: "Soy más fuerte que las agresiones que me inflijo en la nariz. Soy dueño de mi cuerpo. Lo único que tengo que hacer es entrenarme para resistir el dolor y la necesidad de estornudar. Sé lo que hay que hacer para no volver a tener miedo. Puedo pensar en mi porvenir. Decido que la felicidad es posible".

Existen hoy en día, en ciertas culturas africanas o de Oceanía, algunos rituales ordálicos ejecutados con hierros candentes o por inmersión...

El individuo que ha sido juzgado culpable por su grupo o que se considera a sí mismo infractor de alguna regla se somete a la prueba de estas agresiones naturales.

Si supera el padecimiento del fuego o del agua, se prueba a sí mismo que no es culpable y que la sociedad ha de permitirle existir...

La ordalía íntima de la hierba en la nariz permitía a Tinho decidirse a sí mismo que, gracias a este procedimiento, había conquistado el derecho a vivir, aunque los asesinos decidieron otra cosa...

Este comportamiento aparentemente absurdo se convertía para Tinho en el elemento fundador de un proceso de resilencia que más tarde adquiriría un aspecto adulto: "Aunque me agredan y sufra, nada me impedirá realizar mis sueños"

La expectativa de la desgracia es ya una desgracia, pero Tinho, gracias a su sainete ordálico, tenía expectativas de felicidad:

"Hoy estoy solo, soy pequeño y desgraciado, pero acabo de obtener la prueba de que un día será posible la felicidad, si realmente la quiero"...

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