Descafeinado de máquina o de sobre?
No me lo puedo creer. Hace diez años que bajo al mismo bar, diez años que pido el mismo café con leche descafeinado, y todavía me pregunta si lo quiero de máquina o de sobre.
De máquina, por favor... Corto de café y con leche tibia...
Lo he dicho en tono cordial, incluso con una sonrisa en los labios... Porque lo cierto es que él no tiene ninguna culpa de que yo haya empezado el día con mal pie...
Todo ha comenzado esta mañana, cuando nada más llegar al trabajo, me has preguntado si podíamos hablar.
Te he contestado que sí, e inmediatamente nos hemos encerrado en mi despacho. Te escucho
Y me he dispuesto a hacerlo. Pero mi predisposición no ha durado mucho...
En cuanto has empezado a explicarme lo que pasaba, te he dejado con la palabra en la boca y me he puesto a hablar yo.
Y, como siempre no he parado. No he dejado de hablar hasta que tú, ajena a lo que te estaba diciendo, me has mirado a los ojos y me lo has soltado:¿Por qué dices que me escuchas, si no lo haces?
Me lo has dicho tranquilamente, sin ninguna agresividad. Con el tono cansado de quien ya considera inútil el intento de que alguien pueda rectificar, de quien sabe que hay cosas que no cambiarán nunca.
Me mirabas fijamente a los ojos y arrugabas un poco la frente, como si buscases tú misma la respuesta a la prengunta que me acababas de hacer, una pregunta que me ha quedado bien grabada...
Ante mi desconcierto, te has levantado y has salido con toda la naturalidad del mundo, convencida de que la razón estaba de tu parte...
Y ahora estoy aquí, sentada en la barra del bar, removiendo el café con leche, descafeinado, corto de café y la leche tibia, intentando entender por qué pasa siempre lo mismo...
¿Por qué pienso que te escucho cuando, en realidad no lo hago?
¿Tienes otro azucarillo, por favor?
Si, también hace diez años que le pido otro azucarillo, pero no importa...
Quiero solucionarlo, y quiero hacerlo ya, sin dejar pasar más tiempo...
Porque no quiero mantener una comunciación tan desastrosa ni contigo ni con otra persona.
Contigo, hasta ahora, tenía una buena excusa: creía que el hecho de que nuestra comunicación no funcionaba del todo se debía a tu hermetismo.
Me temo que las cosas no son exactamente así...
Creo que el problema estriba en que, como has dicho claramente, lo que sucede es que no te escucho...
¿Y por qué no se escuchar?...
Soy consciente de algunas de las cosas que no llevo bien y hacen que no te escuche, como por ejemplo creer que sé lo que te pasa incluso antes de que me lo expliques. O querer darte siempre consejos y decirte lo que tienes que hacer, aunque no me lo hayas pedido.
Sé también que a menudo tengo demasiada prisa y que esto hace que te preste muy poca atención o que esté pensando en mis cosas...
Algo que me sucede muchas veces es que me concentro más en prepararme las respuestas que en escuchar lo que me dices...
Todo esto es cierto, pero seguro que no es todo lo que ocurre...
Debe de haber alguna otra razón que explique por qué no te escucho...
Llevo un buen rato aquí, buscando una solución, una manera diferente de ver las cosas... Y vivo y revivo la película de nuestro encuentro de hace un rato...intentando comprender en qué punto exacto se ha roto la conversación...
Visualizo la escena con nitidez: te veo a tí, sentada delante de mí, con la expresión seria pero serena, las manos cruzadas sobre la mesa, dedicando unos segundos a encontrar las primeras palabras para exponer de manera más clara lo que me quieres decir...
De pronto tengo una intuición...
Tiene que ver con un objeto que tengo guardado.
Se trata de un objeto que he tenido delante desde siempre y que tal vez, por eso se me ha quedado grabado en la retina y ahora lo puedo rememorar perfectamente...
Me acerco a la barra, con prisas... ¿Qué te debo, por favor?...
Sin duda, me podría haber ahorrado esta pregunta... También hace diez años que pago a diario el café con leche y sé perfectamente cuánto vale...
Busco el objeto de la intuición...
Es un libro concretamente un manual. En el lomo, con grandes letras plateadas sobre un fondo negro, leo el título: Manual de fotografía. El retrato
Tomo el volumen y lo coloco sobre la mesa... Hace años que no lo abro...
Hojeo con cuidado las páginas, al tiempo que mi intuición va tomando cuerpo.
Esto es lo que debo hacer contigo si te quiero ayudar: intentar hacerte un buen retrato...
Como los hice durante un periodo de mi vida, unos retratos que me descubrían fielmente el alma de las personas que aparecían en ellos...
La respuesta se encuentra en hacer un buen retrato pues será mi manera de aprender a escucharte de verdad...
Dedico unos minutos a pensar en ello y dar forma a la idea...
No tengo ninguna certeza de que vaya a funcionar, ni sé demasiado bien cómo hay que traducirla a la práctica... pero quiero intentarlo...
No me lo puedo creer. Hace diez años que bajo al mismo bar, diez años que pido el mismo café con leche descafeinado, y todavía me pregunta si lo quiero de máquina o de sobre.
De máquina, por favor... Corto de café y con leche tibia...
Lo he dicho en tono cordial, incluso con una sonrisa en los labios... Porque lo cierto es que él no tiene ninguna culpa de que yo haya empezado el día con mal pie...
Todo ha comenzado esta mañana, cuando nada más llegar al trabajo, me has preguntado si podíamos hablar.
Te he contestado que sí, e inmediatamente nos hemos encerrado en mi despacho. Te escucho
Y me he dispuesto a hacerlo. Pero mi predisposición no ha durado mucho...
En cuanto has empezado a explicarme lo que pasaba, te he dejado con la palabra en la boca y me he puesto a hablar yo.
Y, como siempre no he parado. No he dejado de hablar hasta que tú, ajena a lo que te estaba diciendo, me has mirado a los ojos y me lo has soltado:¿Por qué dices que me escuchas, si no lo haces?
Me lo has dicho tranquilamente, sin ninguna agresividad. Con el tono cansado de quien ya considera inútil el intento de que alguien pueda rectificar, de quien sabe que hay cosas que no cambiarán nunca.
Me mirabas fijamente a los ojos y arrugabas un poco la frente, como si buscases tú misma la respuesta a la prengunta que me acababas de hacer, una pregunta que me ha quedado bien grabada...
Ante mi desconcierto, te has levantado y has salido con toda la naturalidad del mundo, convencida de que la razón estaba de tu parte...
Y ahora estoy aquí, sentada en la barra del bar, removiendo el café con leche, descafeinado, corto de café y la leche tibia, intentando entender por qué pasa siempre lo mismo...
¿Por qué pienso que te escucho cuando, en realidad no lo hago?
¿Tienes otro azucarillo, por favor?
Si, también hace diez años que le pido otro azucarillo, pero no importa...
Quiero solucionarlo, y quiero hacerlo ya, sin dejar pasar más tiempo...
Porque no quiero mantener una comunciación tan desastrosa ni contigo ni con otra persona.
Contigo, hasta ahora, tenía una buena excusa: creía que el hecho de que nuestra comunicación no funcionaba del todo se debía a tu hermetismo.
Me temo que las cosas no son exactamente así...
Creo que el problema estriba en que, como has dicho claramente, lo que sucede es que no te escucho...
¿Y por qué no se escuchar?...
Soy consciente de algunas de las cosas que no llevo bien y hacen que no te escuche, como por ejemplo creer que sé lo que te pasa incluso antes de que me lo expliques. O querer darte siempre consejos y decirte lo que tienes que hacer, aunque no me lo hayas pedido.
Sé también que a menudo tengo demasiada prisa y que esto hace que te preste muy poca atención o que esté pensando en mis cosas...
Algo que me sucede muchas veces es que me concentro más en prepararme las respuestas que en escuchar lo que me dices...
Todo esto es cierto, pero seguro que no es todo lo que ocurre...
Debe de haber alguna otra razón que explique por qué no te escucho...
Llevo un buen rato aquí, buscando una solución, una manera diferente de ver las cosas... Y vivo y revivo la película de nuestro encuentro de hace un rato...intentando comprender en qué punto exacto se ha roto la conversación...
Visualizo la escena con nitidez: te veo a tí, sentada delante de mí, con la expresión seria pero serena, las manos cruzadas sobre la mesa, dedicando unos segundos a encontrar las primeras palabras para exponer de manera más clara lo que me quieres decir...
De pronto tengo una intuición...
Tiene que ver con un objeto que tengo guardado.
Se trata de un objeto que he tenido delante desde siempre y que tal vez, por eso se me ha quedado grabado en la retina y ahora lo puedo rememorar perfectamente...
Me acerco a la barra, con prisas... ¿Qué te debo, por favor?...
Sin duda, me podría haber ahorrado esta pregunta... También hace diez años que pago a diario el café con leche y sé perfectamente cuánto vale...
Busco el objeto de la intuición...
Es un libro concretamente un manual. En el lomo, con grandes letras plateadas sobre un fondo negro, leo el título: Manual de fotografía. El retrato
Tomo el volumen y lo coloco sobre la mesa... Hace años que no lo abro...
Hojeo con cuidado las páginas, al tiempo que mi intuición va tomando cuerpo.
Esto es lo que debo hacer contigo si te quiero ayudar: intentar hacerte un buen retrato...
Como los hice durante un periodo de mi vida, unos retratos que me descubrían fielmente el alma de las personas que aparecían en ellos...
La respuesta se encuentra en hacer un buen retrato pues será mi manera de aprender a escucharte de verdad...
Dedico unos minutos a pensar en ello y dar forma a la idea...
No tengo ninguna certeza de que vaya a funcionar, ni sé demasiado bien cómo hay que traducirla a la práctica... pero quiero intentarlo...
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